miércoles, 15 de agosto de 2012

Los girasoles ciegos: capítulos 1 y 2

Como veis, todavía no he acabado Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, pero sí estoy en disposición de poder comentar sus dos primeros capítulos, ya que son dos piezas que se pueden comentar por separado. Eso sí, en cuanto haya terminado el libro volveré para comentar los dos últimos capítulos y hacer un repaso general de la obra.

La temática de la novela es bastante clara, ya que estamos ante pequeñas historias sobre los afectados de la Guerra Civil española, tema tan recurrente en la literatura, el cine y el teatro español. Son historias individuales, interpretadas siempre a partir de las vivencias reales que se recogieron para escribir el relato, cuyos testimonios aportaron amigos y familiares de los protagonistas, y, en algunos casos, los propios damnificados.

El primer capítulo gira alrededor de un hombre que, siendo del bando que está a punto de proclamarse vencedor de la guerra, decide rendirse al enemigo. Hay una frase que me impactó especialmente, en la que el protagonista dice que la guerra se podría haber ganado antes, pero que interesaba matar a cuantos más enemigos mejor. Si tenéis ocasión de leer este relato, buscad la frase y notaréis cómo entendéis las razones de este hombre para apartarse de su bando, a pesar de que quienes eran sus enemigos no entienden tal decisión, y ni mucho menos el bando al que pertenecía, que luego lo acusa de traidor. Impacta pues de este relato el sentimiento de soledad y de no pertenencia a ningún lugar del protagonista, y lo desagradable de los detalles que va dando, así como la crudeza de su (o sus)  muerte(s). A mí personalmente me recordó mucho a la novela naturalista, con esas descripciones tan desagradables y detalladas.

El segundo capítulo es, todavía y si cabe, más desgarrador. Se trata de la historia de una familia que se ve obligada a esconderse en una montaña, y en el que la joven madre muere en el parto. El hijo, sin embargo, logra vivir, y esto influye en las decisiones de su padre, que primero se siente inclinado a dejarse morir, pero más tarde lucha por vivir por su hijo. Se contraponen la vida y la muerte, y la viveza del niño, a pesar de la situación. La escasez de recursos alimenticios y el peligro constante son las principales claves de la vida de los dos hombres, así como el recuerdo de la madre fallecida. Más sobrecogedor todavía es cuando el autor nos aclara que, por sus pesquisas, cree que el padre solamente contaba con dieciocho años cuando fue escribiendo el diario que nos permite conocer su vida. No hay más que ver la angustia que siente al ver que su lápiz se va acabando para saber que la escritura era su refugio.

Por supuesto, el final de ambos capítulos es trágico. No puedo decir que haya sido agradable leer estos dos relatos, y menos a esas horas de la noche y en plena etapa de evasión, pero sí que considero que esta clase de relatos nos sirve para que la Historia, en ocasiones tan circular y repetitiva, evite repetirse.

Y debo confesar que, aunque no se puede decir que haya sido la noche más cálida del año, me acosté con esa clase de frío que solo da el desasosiego, y que no se atenúa por muchas mantas con las que te arropes. A pesar de todo, estoy deseando seguir con la lectura.

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