sábado, 7 de diciembre de 2013

Las lágrimas de San Lorenzo

Hola a todos. Lo primero que tengo que hacer es pediros disculpas por haber actualizado tan tarde, pero entre unas cosas y otras he tenido que retrasar la publicación de esta entrada hasta hoy. De hecho, incluso me ha costado publicarla durante el puente, ya que tengo un problema con mi conexión a Internet y no parecía posible que pudiera hacerlo, aunque finalmente ha habido suerte y ya está por fin publicada. Intentaré que el próximo post vea la luz antes que este, y que no transcurran tantos días sin una nueva entrada, para que al menos haya alguna novedad que pueda entreteneros.

Hoy quiero hablaros de un libro algo diferente a los que suelo leer habitualmente, pero que me ha ganado desde el primer momento. Se trata de Las lágrimas de San Lorenzo, escrito por Julio Llamazares, de quien leí durante mis años de instituto su obra Luna de Lobos, que me gustó bastante, aunque quizás no tanto como el libro del que hoy os voy a hablar.

Decía que Las lágrimas de San Lorenzo es un poco distinta de las novelas que leo normalmente debido a su fuerte carácter intimista. Si estáis buscando una novela con acción, historias cruzadas, giros argumentales y demás, este no es vuestro libro; si por el contrario sabéis apreciar una novela más tranquila, totalmente orientada al mundo interior de su protagonista, esta puede ser una gran elección. No quiero decir con esto que durante la novela el protagonista-narrador se dedique únicamente a plasmar sus opiniones, sino que este va contando detalles de su vida aprovechando la nostalgia que le produce una ocasión muy especial para él: la contemplación de las estrellas fugaces que se pueden observar durante la noche de San Lorenzo, en Ibiza, el lugar donde fue feliz en su juventud, y acompañado por su hijo, al que ve poco debido a que este vive con la expareja del narrador en Francia. 

Estamos hablando de un libro bastante cortito, pero muy intenso debido precisamente a que todo es narración. La noche de San Lorenzo sirve de excusa para que el protagonista recuerde los hechos más trascendentales de su vida: sus estancias en distintos países de Europa, la muerte de su hermano, el descubrimiento de los secretos que guardaban sus padres, sus amores y desamores, etc. La nostalgia solamente se verá algo interrumpida gracias a los diálogos que tiene el protagonista, un profesor de universidad, con su hijo, que cumplirá trece años en poco tiempo y que empieza a buscar las respuestas que todos hemos querido tener a esa edad.

Durante estos días he hablado con algunas personas sobre Las lágrimas de San Lorenzo, pero he notado que las respuestas se parecen sospechosamente cuando les he comentado por encima la trama del libro. Son comentarios habituales los típicos "¿Pero realmente de qué va?" o "¿Solamente pasa eso?". Me parece curioso que los libros fundamentalmente narrativos siempre lleven sobre sí el lastre de ser poco entretenidos o directamente aburridos, cuando tenemos ejemplos fantásticos de que esto no siempre es así, como este libro. Eso sí, entiendo que no a todo el mundo le gusten este tipo de libros, pero sí que creo que son muy interesantes para conocer distintos rasgos de sus protagonistas, en este caso, del profesor: su miedo a asentarse en un lugar y echar raíces, su extraña relación con su familia (tanto con los muertos como con los vivos), su forma de tomar decisiones, su sentimiento de temor ante el paso del tiempo, su instinto de protección hacia un hijo al que apenas puede ver, etc. Y es que este tipo de libros, y este en especial, nos regalan una de las mejores experiencias que podemos tener con un libro: sentirnos identificados con lo que estamos leyendo.

Y es que si bien las acciones pueden o no llevarnos a este sentimiento, los pensamientos siempre nos brindarán la oportunidad de sentirnos más cerca del personaje. Y eso es lo que me ha pasado a mí con este libro, que en varios momentos me ha hecho sentir muy próxima al protagonista, a pesar de la amplia diferencia de edad que nos separa. Es cierto que parte de esta circunstancia viene dada por anécdotas que tenemos en común, como una que protagoniza su hijo, Pedro, cuando de pequeño sintió pánico mientras daba una vuelta en una noria infantil, algo que me pasó a mí cuando tenía cuatro o cinco años (y sí, todavía me acuerdo, tan grande fue el susto que me llevé) o nuestra pasión común por ver las estrellas caer a mediados de agosto. Pero, coincidencias personales a un lado, también hay otras comunes a todos, tales como el miedo al paso del tiempo, a echar raíces en un lugar determinado y, por ejemplo, ese sentimiento de soledad tan deseado en algunos momentos y tan odiado sin embargo en otros, en los que necesitamos estar arropados por los demás.

Diferencias y coincidencias hacen de este libro una historia muy humana, llena de errores y algunos aciertos, real como lo son todas las vidas. Y este es su máximo valor: el de contar una vida que podría haber sido vivida por cualquiera, sin heroísmos ni valentías, sino con las debilidades propias de las personas. De ahí su magia. Nos leemos. 

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