viernes, 17 de agosto de 2012

¡Qué miedo!

Bueno, pues ya pensaba yo que hoy no os escribiría, porque evidentemente no he leído nada después de Los girasoles ciegos, pero como estos días con el libro me he tenido que poner tan seria por su contenido voy a aprovechar para contaros una anécdota que hasta tiene que ver algo con libros.

Estaba yo hoy tan tranquila en cama cuando de repente veo algo que se mueve. Un bicho enorme, peludo y que corretea tranquilamente por el suelo, aunque creo que no vuela (menos mal). La verdad es que les tengo pánico a los bichos, pánico del bueno, de salir corriendo cuando veo uno. Pero resulta que hoy el socorrido "papáaaaaaaaaaaaa"  no me servía de nada, porque estoy sola en casa. Y además, lo estaré hasta dentro de un par de horas. Así que os podéis imaginar.

Matarlo ni se me pasó por la cabeza, porque para acercarme a eso tendría que utilizar un valor que no tengo. Así que, recordando una conversación reciente con mi padre, decidí tapar el bicho hasta que alguien venga a rescatarme. Fui a la cocina y, ni corta ni perezosa, cogí un bol bastante grande, para no tener que situarme demasiado cerca del bicho, del cual os diría la especie si la supiera, ¡pero no sé qué es! Así que volví a la habitación y me subí encima de cama, mirando para el bicho, que estaba inusualmente quieto. Para tranquilizarme, llamé a mi padre, para escuchar al menos una voz que me diera algo de alivio, aunque sé que se estaba partiendo de risa. Normal, si tenemos en cuenta que mi primera frase fue "hola papá, estoy encima de cama... pero no tumbada, no... ¡de pie!" Probad a llamar a cualquiera a las nueve de la mañana y decidle esa frase, a ver si no se ríe en vuestra cara.

Esperé a que el bicho se moviera y le tiré el bol (¿de verdad llegasteis a creer que me iba a acercar al bicho? Inocentes) y el pobre animalito quedó atrapado en el bol. Respiré tranquila porque vi que ya no iba a salir de ahí y dejé de hablar con mi padre. Me metí de nuevo en cama e intenté relajarme. Pero yo seguía ahí con el comecome de que tenía un bicho enorme en la habitación, además de que la parte de abajo del bol es transparente y se veía al bicho moverse, así que actué rápido: fui a la mesilla de la tele de mis padres e hice una torre de libros, que puse encima del bol, para que con el peso el bicho no fuera  capaz de salir ni en sus mejores sueños. Es lamentable contar esto, porque se ve que por un momento pensé que el bicho era el increíble Hulk, pero es lo que hay.

Total, que llevo aquí desde las nueve mirando para el tarro, satisfecha porque no se mueve y porque sé que el bicho está ahí debajo. Porque si no está... ¡me vuelvo a subir a la cama!

Os dejo una foto de mi construcción, que seguro que de todos los que me leéis algunos tenéis fobia a los insectos y podréis utilizar la idea en un caso similar; el resto, podéis reíros sin piedad de mí.



Y no, no he leído ninguno de estos libros, aunque el segundo empezando por abajo me tienta mucho. Se titula La cuna de mi enemigo, por si alguien lo ha leído y le ha gustado y me quiere comentar algo. A mi madre desde luego le gustó y la tenía enganchada.

Espero que os hayáis reído un poco y que haya relajado el ambiente tan triste que dejó Los girasoles ciegos. Por cierto, creo que en cuanto pueda voy a empezar Elegía, de Philip Roth, que tiene una pinta buenísima y nunca he leído nada de él. Besos a todos.

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