sábado, 26 de octubre de 2013

Fiesta del cine

Hola a todos. Hoy os traigo uno de esos artículos que de vez en cuando escribo por aquí, que no intentan hablar de una obra en concreto, sino de algo que, normalmente, está relacionado con los contenidos del blog. Son entradas que me encanta escribir y que además suelen generar un gran interés, así que espero que esta vez se cumpla la premisa de siempre.

Esta vez quiero hablaros de la llamada Fiesta del cine, una promoción que ha durado tres días (del 21 al 23 de octubre) y gracias a la cual las entradas pasaban a costar 2,90 euros si se cubría una acreditación que se podía descargar a través de Internet.

Últimamente se ha especulado mucho con las razones que alejan a los espectadores de las salas de cine. Unos argumentan que la culpa la tiene la subida del 21% del IVA cultural; otros afirman que hay una alarmante pérdida de interés entre el público, que prefiere dedicar su dinero a otros menesteres. Dentro de este último sector también hay quien considera que los espectadores, acostumbrados en su mayoría a disfrutar de las películas de manera gratuita gracias a Internet, ya no están dispuestos a pagar por algo que pueden obtener gratuitamente de un modo rápido y sencillo, sin ni siquiera salir de casa.

Seguro que hay gente a la que no le gusta el cine y que no iría ni aunque este fuera muy barato. Probablemente muchas personas, a pesar de que sí les pueda gustar ir al cine, prefieren gastar su dinero en otras cosas, considerando que el cine no es una parte importante de su ocio. Otros muchos estarán a favor de no pagar ni un duro por ver una película si la pueden ver gratis por Internet, a la hora que deseen, mientras hacen cualquier otra cosa y están relajados en su casa. Está claro que para gustos los colores, y que cada uno tiene libertad para opinar y sentir lo que quiera. Pero también lo está que el precio de las entradas tiene algo que ver en la escasa afluencia del público a las salas de cine. 

En los últimos meses en España se ha agudizado la caída de espectadores que acuden al cine. Si bien todos los factores de los que he hablado anteriormente tienen una clara influencia en estas cifras a la baja, es obvio que lo que más influye es el precio de la entrada. No me voy a meter a valorar precios que desconozco; sé que hay promociones interesantes y también ofertas que poco tienen que ver con el cine (emisión de óperas y conciertos, por ejemplo) que ayudan a sacar partido a unos cines que ya no viven solamente de las películas. Voy a hablar de lo que sé: de entradas que rondan o sobrepasan los siete euros si la película es normal y de un precio superior si la película es en 3D. 

Las últimas películas que he visto en el cine fueron Los últimos díasTesis sobre un homicidio y Efectos secundarios, y las entradas costaron unos siete u ocho euros. Pero más sangrante fue el precio de la entrada que pagué por ir a ver Up. Teniendo en cuenta que la película se estrenó en 2009, cuando el IVA cultural todavía no había subido al 21%, y que los precios en general han subido considerablemente en los últimos años, los más de nueve euros que pagué por mi entrada me parecieron muy excesivos. Además, tuve que pagar una entrada más cara por verla en 3D, cuando yo realmente no quería verla en este formato, pero la estrategia comercial de los cines hizo que tuviera que aguantarme y pagar esa entrada tan cara (e inútil en mi opinión) o esperar dos meses a que se estrenara la versión normal, la cual, por cierto, no estaba anunciada cuando se estrenó la película en 3D. Quizás si ofertaran las dos versiones a la vez (como, por otra parte, hicieron en ocasiones posteriores con otras películas) muchos probables espectadores que finalmente rechazaron ver la película debido al alto precio de las entradas hubieran visto la película en el cine. Si a esto le sumamos el corte familiar de la película, y que en principio va dirigida sobre todo al público infantil, parece lógico que muchas familias no pudieran disfrutar de la cinta. Una familia de cuatro miembros se habría visto obligada a pagar unos 38 euros por ir al cine, sin contar con los previsibles gastos a mayores que suelen reclamar los niños (palomitas, bebidas, gominolas, etc.). Teniendo en cuenta que en ese año ya se dejaban notar los primeros efectos de la crisis económica, es normal que muchos padres prefirieran sacrificar ese momento de ocio en favor de utilizar el dinero para algo estrictamente necesario, como hacer la compra o pagar alguna factura. 

Sin embargo, durante los tres días que ha durado la Fiesta del cine las salas han estado desbordadas por la cantidad de personas que se han acercado a ellas para ver, al menos, una película. El sistema utilizado consistía en rellenar la acreditación que ilustra esta entrada y presentarla en la taquilla al comprar la entrada para la película que se deseara ver.
Esta masiva afluencia de público es la máxima prueba de que el cine no ha perdido interés, sino que son otras las razones por las cuales los espectadores se han ido alejando de las salas. El martes por la noche pude comprobar con mis propios ojos cómo la gente (sobre todo, gente joven, probablemente estudiantes universitarios en su mayoría) hacían una larguísima cola para comprar sus entradas a precio reducido. ¿Si realmente existiera la falta de interés de la que algunos hablan habría semejantes colas? Lo dudo muchísimo después de haber visto la paciencia con la que esperaban muchos chavales el momento de acercarse por fin a taquilla y poder comprar sus entradas para la última sesión del día.

A partir de aquí podemos sacar varias conclusiones. La primera, que es conveniente bajar el precio de las entradas. No estoy hablando solo de que el Gobierno dé marcha atrás en la subida del IVA cultural, sino de una bajada propiciada por el propio sector cinematográfico. ¿Compensa realmente mantener los altos precios de las entradas y que sigan siendo cuatro los que se pueden permitir ir asiduamente al cine o deberían bajarse los precios, atrayendo así a un público mucho más numeroso? Está claro que 2,90 no es un precio justo por ver una película de estreno en un cine que cuenta con las últimas tecnologías, ya que lógicamente también tiene que haber un margen de beneficio tanto para las propias salas como para quienes se dedican al cine. Pero también es inocente pensar que los precios actuales no se puedan ajustar a la situación económica y social de este país, en el que la mayoría de la gente no puede permitirse ir un par de veces al mes al cine, y otros muchos ni siquiera pueden ir una vez; si hablamos de familias, como dije antes, lo más seguro es que ni se lo planteen. Habría que buscar un precio equilibrado que mantuviese a todos más o menos satisfechos: ni excesivamente barato, como los 2,90 euros que valían las entradas durante esta promoción, ni los siete u ocho euros que cuestan normalmente.

Con un precio más ajustado a la realidad actual del país los cines verían subir el número de asistentes. Ni tan siquiera poniendo siempre un precio de 2,90 euros a las entradas iban a estar los cines tan llenos como estos días, pero tampoco es normal que un negocio esté siempre a rebosar. Lo que sí es cierto es que con un precio más asequible el número de espectadores se mantendría estable, y no tendríamos titulares sobre la espectacular fuga de espectadores como los que se han visto últimamente en los principales periódicos.

Otra de las soluciones podría venir de la mano de otros empresarios. Sé que no están las cosas como para que los empresarios inviertan en negocios que no saben cómo van a resultar, pero el otro día pude ver lo llenas que estaban las tiendas del centro comercial en el que se ubican los cines a los que fui. Es un centro comercial que no suele estar demasiado lleno, y menos entre semana; yo, desde luego, nunca había visto tanta gente allí como el martes en el que estaba vigente la Fiesta del cine. Si esta promoción beneficia a todos los establecimientos del centro comercial, ¿por qué no patrocinar promociones como esta? Por ejemplo, crear una cartilla con cupones, que se darán al cliente por gastarse una determinada cantidad de dinero. Incluso aunque después hubiera que abonar una pequeña cantidad, creo que la gente se animaría a ir más al cine, y es más: seguro que mucha gente, al ser barata la entrada, compraría más palomitas o refrescos de lo habitual, ya que su precio también suele ser muy caro, pero, al pagar poco por la entrada, se vería compensado. El resultado podría ser como el pez que se muerde la cola: el espectador invierte en el centro comercial, el empresario en el cine y de nuevo el espectador en el cine y en el centro comercial, por lo que el riesgo no parece demasiado alto. Además, debemos recordar que existen los métodos de ensayo y error, y que si finalmente la promoción no resulta rentable ni atractiva siempre se podría cancelar.

También la existencia de más promociones como la Fiesta del cine a lo largo del año sería muy beneficiosa para el cine en general. En lugar de hacerlo solamente durante tres días al año, podrían hacerlo por ejemplo una vez cada dos o tres meses, que no es ni un período demasiado breve ni uno demasiado largo,  lo que haría que la movilización de espectadores que ha habido en estos días se mantuviese en el tiempo. Si a los profesionales del cine esto les parece demasiado, podrían repetir la promoción en aquellos períodos en los que la gente suele ir menos al cine, o en época de estrenos que no generan demasiada expectación. Si tenemos que pagar ocho euros por ver una película que, en principio, no nos entusiasma demasiado quizás no vayamos al cine, pero si tenemos que pagar menos dinero podremos ser menos selectivos. Y es que conozco a muchísima gente que solamente va al cine cuando se estrenan las películas de sus directores o actores favoritos, y de esta manera podría evitarse esa dependencia de las películas estrella que tiene el cine actual.

Insisto en que las promociones eventuales son solamente una alternativa a lo que debería ser la medida a tomar, la bajada de precios. Sin embargo, creo que al menos ayudarían a mitigar la carencia de público en los cines que se ha venido notando en los últimos tiempos.

No soy economista, ni experta en marketing, ni trabajo en cine. No digo que mis propuestas sean infalibles, ni mucho menos quiero caer en el error de creerme más lista que nadie, pues no es eso lo que pretendo. Pero sí me encanta ir al cine, e iría un par de veces al mes si pudiera permitírmelo con mi presupuesto de estudiante universitaria que vive de alquiler en una ciudad que no es la suya, pagando además lógicamente el transporte, la comida y todas las necesidades que pueda tener una persona en esta situación, y sin gastar, por cierto, en caprichos innecesarios. Pero esta semana se ha comprobado que son muchas las personas que seguramente se sienten como yo: aficionados al cine que tienen que renunciar a ir habitualmente porque no pueden permitírselo.

Y una cosa más me gustaría decir. Tengo 22 años y mi generación todavía sabe lo que es ir al cine desde pequeño y disfrutar de los rituales propios de esta actividad: comprar algo de comer, sacar las entradas con ilusión por entrar a la sala, etc. Sin embargo, hay generaciones posteriores a la mía que ya no tienen esa costumbre de ir al cine, porque ya se han ido criando con la costumbre de ver películas en Internet (ni tan siquiera en la televisión) y ya no se sienten en general tan cercanos como nosotros al acto de ir al cine. Y ahí es donde reside el mayor reto de quienes trabajan en la industria del cine: atraer a aquellos que no han sido nunca espectadores asiduos. En sus manos está ofrecerles un servicio accesible y atrayente que consiga captar la atención de quienes deberían ser los espectadores del futuro. Como aficionada al cine espero que superen el reto. Nos leemos.


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